Se trata de un hermoso lugar de gran valor etnográfico, aunque a menudo desconocido,

que forma parte de la historia de nuestro municipio en el siglo pasado, cuando los vecinos acudían allí a lavar la ropa con las abundantes aguas que brindaba el cauce del barranco.

Para alcanzar los lavaderos hay que llegar a una lomada desde la que se puede observar una vista espectacular de la zona de medianías hasta la costa.

Las paredes de esos desfiladeros presentan una vegetación autóctona exuberante, solo interrumpida por crestas rocosas, así como por oquedades y cuevas, muchas de las cuales en la antigüedad fueron lugares de enterramiento aborigen.

La estructura de los lavaderos tiene unos 14 metros de longitud. Cuenta con dos chorros y un canal dividido en 11 secciones que son abastecidas de agua a través de una tajea trasera.

El paraje es también fuente de vida para muchos pájaros que acuden a beber agua de la tajea. Los canarios, herrerillos, mosquiteros, mirlos o petirrojos son los visitantes más asiduos.

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En este espacio uno se hace a la idea de la dureza de la vida antaño, cuando las mujeres realizaban esta ruta hasta los lavaderos cargadas con pesados hatillos llenos de ropa, tanto vestimentas como textiles del hogar.

La estructura de los lavaderos tiene unos 14 metros de longitud. Cuenta con dos chorros y un canal dividido en 11 secciones que son abastecidas de agua a través de una tajea trasera. La cantidad de agua (no potable) es mayor o menor dependiendo de las lluvias, de ahí que muchos meses al año permanezcan secos.

De hecho, este rincón es un remanso de paz y esa sensación de armonía y tranquilidad aumenta si la visita se realiza cuando las lluvias han sido abundantes, pues el sonido de los chorros y el agua atravesando el canal resulta relajante.

El paraje es también fuente de vida para muchos pájaros que acuden a beber agua de la tajea. Los canarios, herrerillos, mosquiteros, mirlos o petirrojos son los visitantes más asiduos.

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